Mucha gente me pregunta esto. En octubre de 2008 conocí un huesero/sobador maya llamado Juan Carlos por recomendación de un amigo. Tras 20 dolorosos minutos, al levantarme, me sentí más ligero y centrado que en toda mi vida. Le pregunté si podía enseñarme, ya que yo ya conocía le masaje tailandés tradicional y quería conocer el maya. Me respondió que muchos querían aprender, y le dije que me avisara cuando organizara un taller.

Poco después me llamó para saber si seguía interesado. Me citó en casa de mi amigo, y me pidió meditar desnudo con unas piedras de río que me entregó. Enseguida me transporté con mi mente a una selva en la cual podía percibir los sentimientos y pensamientos de un curandero, de cómo toda la comunidad es un solo cuerpo sanándose a sí mismo, así como tú sientes que te curas, no que tus leucocitos te curan, ellos simplemente ocupan su función como parte del todo.

Me preguntó si había visto a su abuelo y respondí que sí, y me aceptó como aprendiz. Durante más de un mes cada día trabajábamos 3 horas aprendiendo cómo escuchar el cuerpo a través de los tejidos, huesos y órganos, viendo a través del cuerpo con las manos, invitando a quien quisiera ofrecerse voluntario. El siempre me decía que un día mis manos «verían», pero yo no podía entenderlo.

Un mes más tarde tuve varias catarsis con terapia neural, sintiendo cómo puntos específicos de mi cuerpo guardaban memorias de eventos. Con un sanador, Rodolfo, tuve otra catarsis identificando energías de víctima y venganza como patrones grabados en mi cuerpo. Unos días después me llamaron para un masaje maya, el primero que daba por cita.

Cuando estaba explorando el abdomen sentí como si mis manos se hundieran dentro y me asusté. Entonces vi dentro de aquella mujer como piedras negras con aristas que me dieron mucho asco y sentí un olor desagradable. Por instinto, imaginé que las agarraba y las sacaba del cuerpo, aunque lógicamente no había nada «físico». Aquella mujer sintió como si le sacara las tripas, aunque en realidad casi no la estaba tocando físicamente. Le indiqué suspirar y de pronto toda la tensión se relajó y la tripa se desinflamó. Al levantarse, se sintió ligera y en paz.

Desde ese momento empezaron a llamar personas y yo me dedicaba a sacar de todo el cuerpo lo que veía como pinchos, cuchillos, raíces, larvas, piedras, chapapote, etc. A veces veía animales y hasta «monstruos» o demonios y no sé de dónde llegaban palabras y autoridad para sacarlos. Un mes después tuve una visión: «no das terapias a las personas para liberarlas de sus bichos, sino a los bichos para liberarlos de las personas que los atrapan». Entendí que esas «cucarachas» astrales llegaban atraídos por nuestra basura emocional y quedaban «pegados» dentro igual que las cucarachas físicas llegan a donde dejamos tirados los restos de la comida. No tienen la culpa de nada, hay que sacar la basura.

Con el tiempo, llegaron imágenes más claras de eventos o sentimientos, y por la experiencia de constelaciones familiares empecé a ritualizar a través del cuerpo y visualización el perdonar y pedir perdón, el restaurar el amor y agradecimiento en las experiencias que quedaron guardadas en el cuerpo. Así, el cuchillo en el omóplato era la traición. El líquido o gas en los pulmones era tristeza o angustia. La piedra en el ombligo eran traumas de nacimiento o embarazo, etc. Ciertas percepciones en el útero eran abortos. No había ni hay reglas, solamente orientaciones.

Incluso en temas de brujerías o muertitos, siempre abrir una luz por los espiritus confusos, un rezo bendiciendo su evolución, una indicación acerca de cómo el Padre los espera con anhelo y amor. A los brujos también, bendiciones invocando claridad y compasión en su corazón para que pongan sus dones al Servicio del Ser Superior y puedan ser más felices y evolucionar y conectar con planos superiores de conciencia.

Y así comenzó y evolucionó este regalo para mí, que me da lecciones cada día a través de cada persona que llega. Para unos, el fin de un proceso y un cambio de vida. Para otros, el inicio de un proceso de transformación. Para otros, una semilla sin resultados aparentes. Para mí, hacer que mi vida tenga sentido.